viernes, 30 de abril de 2010

"No podía dejar de verte..."

Amigos y amigas: continuando con la línea erótica, les dejo otro cuento.


“No podía dejar de verte...”

Mira hacia la calle.
La interminable espera a través de la ventana. 30 días sin venir. Estúpida aventura, típica infidelidad de adolescente. Un par de copas y la pelirroja que le tira toda la artillería erótica. Ya se sabe: la típica pasión en la que el instinto sexual apuesta todo a ganador. “Puedo explicarte...” “No necesito tus explicaciones. Te encamaste con ella; eso es lo que importa”. Respuesta visceral. A tono con el signo de fuego. Escorpio es así. A todo o nada. A mentira o verdad. Sin medias tintas.
Mira hacia la calle.
Ha comenzado a llover. El viento de marzo, sibilante, teje su lúdica sinfonía a través de los intersticios de puertas y ventanas. No vendrá. Seguro que no vendrá. O tal vez, sí. El primer aniversario. Mucho peso emocional. Cinco años seduciendo a través de cómplices miradas, hablando por medio de los ojos que lo decían todo. Demasiado en juego. Prejuicios atávicos. Con mucho en riesgo: las amistades, los parientes, la condena social a esa relación que todos veían venir. Aristas compartidas. Una historia común de frustraciones sentimentales. Por suerte sin hijos como secuela; sin esas sanguijuelas emotivas que tanto condicionan el espíritu. Tal vez vendría. La esperanza estalla en fragmentos de dudas. Pero es la esperanza.
25 de marzo. 2001. Mar del Plata. En medio de una serie de marchas y protestas sociales. Peatonal y Córdoba. Luro y Catamarca. Belgrano e Independencia. El piquete financiero reclamando a un país que no existe. Lo sabe bien; aún lo padece con ella en carne propia.
Mira hacia la calle.
Como siempre a lo largo de estos últimos 30 días. Pero hoy más que de costumbre. No ha podido separarse del amplio ventanal biselado que da al balcón terraza. La lluvia ha levantado una cortina plomiza que se extiende a ras de las olas. El mar parece corcovear.
Mira hacia la calle.
Siente que la lluvia predispone al recuerdo melancólico. Algo más de un año atrás. El piquete financiero había terminado. La larga caminata, el cansancio de las piernas, la garganta que parecía gastarse de improperios y de gritos, invitaban a una pausa. Corrientes y Peatonal. “El Vitti.” El tradicional café, refugio de tantas tardes solitarias. La angustia exalta el peculiar rostro. El dinero sustraído; las penurias económicas; las facturas vencidas. “¿A vos no te parece una injusticia? Estos ladrones de guante blanco...” Comparte su aflicción. Trata de consolarla. Las cálidas palabras se descuelgan con pereza de su péndulo bucal. Parecen enroscarse en las volutas de tabaco que ascienden hacia el cielorraso en busca de una muerte inasible. Y de pronto, el milagro: las manos de ella que se encuentran con las suyas, los dedos presionados, la mirada intensa empujando a la confesión que aún hace un último intento de refugiarse en la garganta. Hasta que el sentimiento oculto, eclosiona: “Y sí...; no lo soporto más. Hace cinco años que lo vengo guardando. Me gustaste desde el primer día que te vi. Estoy enamorada de vos”. Luego las manos que se apartan bruscamente. Miedos, angustias, prejuicios, una trilogía agazapada, siempre al acecho en ese amor que llevaba el rótulo de clandestino.
Mira hacia la calle.
Alguien corre por la acera con un paraguas dado vuelta. No sabe muy bien por qué, pero cree estar segura que una voz le dice que no deje de apostar a la esperanza.
Mejor seguir pensando. Piensa. Si leyó la carta, intuye que el milagro aún es posible.
Demasiado en juego. Lo sabe. No es una historia de típicos amantes comunes: la habitual cita- almuerzo o cena, según las horas de disponibilidad-; una charla donde ambos se desprenden por un rato de sus angustias hogareñas y comunes frustraciones, y luego sí, a la cama. Hotel nuevo o repetido- depende, siempre depende- según el peso de la rutina, y después del rutinario consuelo del orgasmo compartido - o no- , vuelta a soportar la otra rutina del hogar.
Pero esta historia era diferente. En lo social, en lo sentimental, en lo espiritual, pero sobre todo era diferente por la mágica conjunción de buscar a Dios en cada grito de los orgasmos excluyentes y compartidos.
Mira hacia la calle.
Una bruma incipiente avanza desde el Este. En pocos minutos, sabe que se devorará la costanera y que luego trepará hacia la calle alta que ahora permanece desierta. Por momentos, ve el fantasma de ella descender del pequeño auto rojo y luego cruzar la calle con su andar felino. Veinte pasos más y estará frente a la puerta de entrada. Oye el timbre, el sonido virtual que se instala en uno de los intersticios de su cerebro. Le entrega el ramo de rosas rojas preparado para ella. “No esperaba menos de vos...” le dice la virtual voz, y de pronto, el vacío, la imagen que se esfuma mientras el ventanal recupera su lugar en la realidad cotidiana.
Mira hacia la calle.
Lleva horas de pie escudriñando el asfalto y las aceras. Mejor volver a los recuerdos, sumergiéndose en los pasadizos de un amor sublime. Siempre en busca del nirvana; un amor en el cuál el sexo no estaba condicionado por los genitales. Sí, mejor recordar el último acto de amor, antes de la ruptura: preludio de masajes japoneses- una Geisha; una experta en hacer estallar los poros de la piel -. “Hay que liberar al cuerpo; dejar que hable y se exprese por cada una de estas pequeñas ventanitas de la piel. El espíritu protesta a través de la voz, pero sólo los poros abiertos pueden liberar las angustias de la carne”. Piensa, ¿cómo no amar a una mujer capaz de semejante pensamiento?
Mira hacia la calle.
El ruido de un motor sube por la cuesta. Pronto lo ve: es el pequeño auto rojo. El PC del cerebro hace clic. Pausa. Sintonía fina. No se trata esta vez de un auto virtual parido por la ansiedad de la espera. Es real. Y de él, no desciende el fantasma de ella. Es ella. Falda larga tableada, brillante piloto rojo, botas color ciruela.
Comienza a cruzar la calle. Como autómata, va en busca del ramo de rosas. La chicharra del timbre le suena como el mejor trozo musical de Mozart. Ruido de ascensor. Las puertas que se cierran.
El toc, toc sobre la puerta de madera. Inconfundible. Aspira hondo. Ensaya una sonrisa para Da Vinci. Abre la puerta. Las palabras, convertidas en un pequeño amasijo en el paladar. La ve sonriente. Serena. Ella es la que habla.
- No podía dejar de verte, María.


Te invito a visitar mi Web: www.sanesociety.org/es/JoseManuel

viernes, 9 de abril de 2010

"BERLUSCONI Y LA NIÑA DESNUDA EN LA ARENA"

Amigos: aquí les dejo una poesía "fuerte".




Dedicado a todos los alumnos del Taller de Poesía de Juan Gelman y al Taller mismo, por lo que implica como guardián de la conciencia social.


Berlusconi y la niña desnuda en la arena




Aquí está,
sobre la arena crujiente de calor.
Ignoro si la foto es una denuncia social
o es una muestra cabal
de cierta prensa
afecta al periodismo amarillo.

Ignoro a que etnia pertenece
pero la foto es testimonio fiel
del sello genético de la crueldad humana.
Esta ahí
como imagen mediática involuntaria
del costado más pútrido de Adán;
sí, no mirés para otro lado:
hablo de vos y de mí.
(Testimonio además
de la oscura historia
del corazón negro del continente
híper explotado por el blanco.)


Está a la vista del ojo morboso y colectivo
que suele solazarse en Internet.

Me pregunto que tribu
la vió nacer
y qué clase de orgasmo
pudo haberla concebido.
(Ahí tiene la iglesia -la católica, claro-
un milagro fehacientemente demostrable:
¡los indigentes, los infrahumanos de la tierra,
también son capaces de hacer el amor!.)


No me interesa saber si es de Burundi,
de Costa de Marfil o Senegal.

Está ahí
en las afueras de su aldea
ajena por completo a los ojos codiciosos
que le observan.
Lejos de la Quinta Avenida,
lejos también de los Champs de Elissé,
y más lejos aún
de la calle convertida en el paradigma
de la codicia humana (sí, adivinaron: ¡Wall Stret!)

La foto impiadosa
la muestra en cuclillas
-claro que lo de cuclillas es un eufemismo
porque lo que alguna vez fuera una niña
con el 0,5% de esperanza de sobrevida
(pero esperanza al fin)
no se ha agachado
movilizada por un acto volitivo-.
no…
El cuerpo desnudo ha cedido su vertical
apoyado sobre un sostén geométrico
que alguna vez fueron piernas
y hoy solo son extremidades
horriblemente huesudas.
(Quiero decir que lo que fuere magra carne
apenas es una lámina de piel.)

el otro yo que me habita
me acota que observe lo que hay detrás de la niña.
En realidad fue un diálogo entre el y yo.
Permítanme:
“-¿Te distes cuenta de lo que está detrás de la niña?
“-Ni me hables…
“-Estos miserables vienen de lejos. dicen que olfatean a la muerte.
“-Es un don que les ha dado dios…
“-Ya debieras saber que dios no existe.
“¿Cómo puedes estar tan seguro?
“-Por la fe. Si dios existiera no habría necesidad de fe.

(Opto por no responder. no me llevo bien con mi otro yo.
Es un arrogante insufrible.)

Mientras tanto, vuelvo a la niña
(o lo que queda de ella, claro):
Tiene el vientre desmesurado.
Como una enorme pelota de rugby
va desde la garganta hasta rozar la arena caliente.
El cuello parece un fino cuello
sosteniendo en forma milagrosa una cabeza
desproporcionada
(la de la niña, claro), con unos ojos saltones como los teatralizados
alienígenas de roswell.

Desde mi ordenador
-me resisto al nombre de p.c.
porque el personal computer
(ingenieria sutilmente manipuladora de Bill Gates
al servicio de la cia)-,
es la herramienta de dominación perfecta
del imperio
(Pese a los idiotas, claro,
que creen que la Internet es la panacea de la libertad individual.
Amigos: la red de redes no es el foro democrático de discusión
ni la panacea de la libertad misma; el gobierno de las sombras
-el poder real para el cual USA es apenas un empleado jerárquico-
hará de Internet el medio dominador por excelencia. Mediante Echelón(*)
saben lo que escribes y a quien está dirigido. ¡Carajo! Están tan cebados, que ya han creado una nueva religión bajo el nombre de Facebook.)

Desde mi ordenador, digo,
la foto de la niña y su verdugo,
parece una compartida pesadilla
de Goya y de Brueghel (el viejo ¿quién otro?)

…………………………………………………………………………………………………………..
La desnudez,
la extremada fragilidad de su arquitectura
me duele en el hipotálamo
donde la angustia excede
el canon permitido por la naturaleza.
Me duele esta niña que morirá de hambre.
“en realidad ya está muerta, hombre”.
(la voz es la del co-habitante de mi ser;
ese observador omnisciente
instalado en el lado opuesto de mi conciencia).

Ese observador, en fin,
que a manera de virtuales instántaneas
hace visibles nuestro cuerpo y nuestra mente.

...........................................................................................................................................................................

Quisiera volver el tiempo atrás
y atiborrarle de comida a la niña.
(de nada le han servido los deseos de sus progenitores
en este derrotero hueco de palabras
y excedido de hambrunas.)

Quisiera al menos espantar,
al implacable guardián
que no le ha quitado los ojos de encima
como custodio de la muerte
(parte del detritus que exhibe dios, avergonzado)
pero no puedo hacerlo.
Al igual que una estrella que brilla
aún estando muerta
la niña también está muerta
estando viva.

Mi observador acaba de decirme
que el buitre acabará por perder la paciencia
y comenzará a despellejarle viva
(a la niña, claro).
lo hará-dice- mientras Berlusconi continua de putas
(se entiende, putas de cabeza)
y en el Vaticano continúan jugando
al mejor juego que juegan
desde hace siglos: adivinaste, la hipocresía.
____________________________________________________________________________

José Manuel López Gómez

(Escritor argentino nacido es España)
(época oscura/2009)

sábado, 27 de marzo de 2010

"No podía dejar de verte..."

Amigos: continuando con la línea erótica, aqué les dejo otro relato.

“No podía dejar de verte...”

Mira hacia la calle.
La interminable espera a través de la ventana. 30 días sin venir. Estúpida aventura, típica infidelidad de adolescente. Un par de copas y la pelirroja que le tira toda la artillería erótica. Ya se sabe: la típica pasión en la que el instinto sexual apuesta todo a ganador. “Puedo explicarte...” “No necesito tus explicaciones. Te encamaste con ella; eso es lo que importa”. Respuesta visceral. A tono con el signo de fuego. Escorpio es así. A todo o nada. A mentira o verdad. Sin medias tintas.
Mira hacia la calle.
Ha comenzado a llover. El viento de marzo, sibilante, teje su lúdica sinfonía a través de los intersticios de puertas y ventanas. No vendrá. Seguro que no vendrá. O tal vez, sí. El primer aniversario. Mucho peso emocional. Cinco años seduciendo a través de cómplices miradas, hablando por medio de los ojos que lo decían todo. Demasiado en juego. Prejuicios atávicos. Con mucho en riesgo: las amistades, los parientes, la condena social a esa relación que todos veían venir. Aristas compartidas. Una historia común de frustraciones sentimentales. Por suerte sin hijos como secuela; sin esas sanguijuelas emotivas que tanto condicionan el espíritu. Tal vez vendría. La esperanza estalla en fragmentos de dudas. Pero es la esperanza.
25 de marzo. 2001. Mar del Plata. En medio de una serie de marchas y protestas sociales. Peatonal y Córdoba. Luro y Catamarca. Belgrano e Independencia. El piquete financiero reclamando a un país que no existe. Lo sabe bien; aún lo padece con ella en carne propia.
Mira hacia la calle.
Como siempre a lo largo de estos últimos 30 días. Pero hoy más que de costumbre. No ha podido separarse del amplio ventanal biselado que da al balcón terraza. La lluvia ha levantado una cortina plomiza que se extiende a ras de las olas. El mar parece corcovear.
Mira hacia la calle.
Siente que la lluvia predispone al recuerdo melancólico. Algo más de un año atrás. El piquete financiero había terminado. La larga caminata, el cansancio de las piernas, la garganta que parecía gastarse de improperios y de gritos, invitaban a una pausa. Corrientes y Peatonal. “El Vitti.” El tradicional café, refugio de tantas tardes solitarias. La angustia exalta el peculiar rostro. El dinero sustraído; las penurias económicas; las facturas vencidas. “¿A vos no te parece una injusticia? Estos ladrones de guante blanco...” Comparte su aflicción. Trata de consolarla. Las cálidas palabras se descuelgan con pereza de su péndulo bucal. Parecen enroscarse en las volutas de tabaco que ascienden hacia el cielorraso en busca de una muerte inasible. Y de pronto, el milagro: las manos de ella que se encuentran con las suyas, los dedos presionados, la mirada intensa empujando a la confesión que aún hace un último intento de refugiarse en la garganta. Hasta que el sentimiento oculto, eclosiona: “Y sí...; no lo soporto más. Hace cinco años que lo vengo guardando. Me gustaste desde el primer día que te vi. Estoy enamorada de vos”. Luego las manos que se apartan bruscamente. Miedos, angustias, prejuicios, una trilogía agazapada, siempre al acecho en ese amor que llevaba el rótulo de clandestino.
Mira hacia la calle.
Alguien corre por la acera con un paraguas dado vuelta. No sabe muy bien por qué, pero cree estar segura que una voz le dice que no deje de apostar a la esperanza.
Mejor seguir pensando. Piensa. Si leyó la carta, intuye que el milagro aún es posible.
Demasiado en juego. Lo sabe. No es una historia de típicos amantes comunes: la habitual cita- almuerzo o cena, según las horas de disponibilidad-; una charla donde ambos se desprenden por un rato de sus angustias hogareñas y comunes frustraciones, y luego sí, a la cama. Hotel nuevo o repetido- depende, siempre depende- según el peso de la rutina, y después del rutinario consuelo del orgasmo compartido - o no- , vuelta a soportar la otra rutina del hogar.
Pero esta historia era diferente. En lo social, en lo sentimental, en lo espiritual, pero sobre todo era diferente por la mágica conjunción de buscar a Dios en cada grito de los orgasmos excluyentes y compartidos.
Mira hacia la calle.
Una bruma incipiente avanza desde el Este. En pocos minutos, sabe que se devorará la costanera y que luego trepará hacia la calle alta que ahora permanece desierta. Por momentos, ve el fantasma de ella descender del pequeño auto rojo y luego cruzar la calle con su andar felino. Veinte pasos más y estará frente a la puerta de entrada. Oye el timbre, el sonido virtual que se instala en uno de los intersticios de su cerebro. Le entrega el ramo de rosas rojas preparado para ella. “No esperaba menos de vos...” le dice la virtual voz, y de pronto, el vacío, la imagen que se esfuma mientras el ventanal recupera su lugar en la realidad cotidiana.
Mira hacia la calle.
Lleva horas de pie escudriñando el asfalto y las aceras. Mejor volver a los recuerdos, sumergiéndose en los pasadizos de un amor sublime. Siempre en busca del nirvana; un amor en el cuál el sexo no estaba condicionado por los genitales. Sí, mejor recordar el último acto de amor, antes de la ruptura: preludio de masajes japoneses- una Geisha; una experta en hacer estallar los poros de la piel -. “Hay que liberar al cuerpo; dejar que hable y se exprese por cada una de estas pequeñas ventanitas de la piel. El espíritu protesta a través de la voz, pero sólo los poros abiertos pueden liberar las angustias de la carne”. Piensa, ¿cómo no amar a una mujer capaz de semejante pensamiento?
Mira hacia la calle.
El ruido de un motor sube por la cuesta. Pronto lo ve: es el pequeño auto rojo. El PC del cerebro hace clic. Pausa. Sintonía fina. No se trata esta vez de un auto virtual parido por la ansiedad de la espera. Es real. Y de él, no desciende el fantasma de ella. Es ella. Falda larga tableada, brillante piloto rojo, botas color ciruela.
Comienza a cruzar la calle. Como autómata, va en busca del ramo de rosas. La chicharra del timbre le suena como el mejor trozo musical de Mozart. Ruido de ascensor. Las puertas que se cierran.
El toc, toc sobre la puerta de madera. Inconfundible. Aspira hondo. Ensaya una sonrisa para Da Vinci. Abre la puerta. Las palabras, convertidas en un pequeño amasijo en el paladar. La ve sonriente. Serena. Ella es la que habla.
- No podía dejar de verte, María.


José Manuel López Gómez
(Escritor “argentino” nacido en España)
Te invito a visitar mi Web: www.sanesociety.org/es/JoseManuel

domingo, 14 de marzo de 2010

"Amor sin palabras"

Amig@s: continuando con la línea de relatos eróticos, les dejo este divertido y melodramático cuento.
Hasta la próxima!

“Amor sin palabras”

1959. Mediados de año. No recuerdo bien el mes; pero sí tengo presente en la memoria que hacía frío. Junio, o julio tal vez. Trabajaba en un bar lácteo, propiedad de mi padre. Avenida Rivadavia; a dos cuadras de la estación Haedo.
Ella venía todos los días a comprar. Casi siempre lo mismo: dos botellas de leche, un pan de manteca y cada dos o tres días, un pote de dulce de leche.
Pronto me di cuenta que era tímida. Para mi gusto, demasiado. Y para colmo, vergonzosa. Siempre hablaba yo. Intrascendencias. Que frío hace hoy. ¿Tenés hermanos? Hoy vino congelada la leche. ¿Estudías, vos? Y ella nada. Una sonrisa a boca cerrada; a veces, a boca abierta; la cabeza ladeada; los ojos como dos persianas a medio abrir, pero siempre con las manos en movimiento, tomando las botellas, dándolas vuelta, golpeándolas entre sí mientras trataba de introducirlas en una bolsa de red de boca angosta.
Transcurrió un mes sin pena ni gloria. Tiempo durante el cual la había visto sin mirarla. Invariablemente, a las cinco y media, seis menos cuarto de la tarde. Hasta que un día, pasó. Lo de mirarla, digo.
Durante aquella etapa, tenía la costumbre de poner puntaje a las mujeres de acuerdo a la primera impresión. Calificaba según las reglas del truco: el culo era el as de espadas; el ancho de bastos estaba representado por unas buenas caderas; el siete bravo, un buen par de tetas; el de oros, unas buenas piernas. Los tres en general, eran los ojos; los dos, un buen par de labios sensuales y los anchos, la cabellera. El resto del mazo, valía sólo medio punto y la mina lo ligaba según las pilchas que llevaba. Con respecto al puntaje-siempre del uno al diez- también tenía parámetros especiales: del uno al diez, el culo valía tres puntos, las caderas, dos puntos, las piernas y las tetas, un punto, y medio punto para el resto de sus atributos físicos.
¿Lo espiritual? Bien, gracias. De entrada me di cuenta que si quería evaluar de manera práctica, debería renunciar al bagaje espiritual. Además, calificaba en cualquier territorio: en la calle, en el tren, a la entrada de un cine, en un hospital; todo tipo de entorno era bueno para admirar la figura femenina. ¿Cómo pensar en sopesar los dones del espíritu, siendo que yo tenía una fijación por los atributos físicos? Por otra parte, las hembras se me venían de frente o las junaba de atrás. ¿Qué podía saber de las condiciones espirituales cuándo ni siquiera cruzaba una palabra con ellas? (por supuesto que si esto se daba, comenzaba un flirteo, y uno podía hilar más fino).
Con la práctica, había adquirido una pasmosa eficiencia.
Cuento esto para que entiendan que a la tímida y vergonzosa, la había calificado el primer día con un discreto puntaje total de seis puntos; o sea, discreto, discreto; tal vez por eso la descarté de entrada.
Pero un día las cosas cambiaron. De pronto me di cuenta que había comenzado a mirarla de otra manera(o tal vez lo hacía desde tiempo atrás y yo no me había dado cuenta).
Ya se sabe: lo que no hace la indiferencia, termina haciéndolo la lujuria en trance imaginativo; así fue como los seis puntos originarios se convirtieron en ocho: las formas del culo aparecían más redondas, y las tetas, de un escuálido 75, yo las imaginaba de pronto rondando los 100 ó 110, tamaño de corpiño.
Por aquel entonces-20 años recién cumplidos- yo era un macho en celo permanente y cualquier animal del sexo opuesto- sin importar forma ni tamaño; ni viudas, ni solteras, ni casadas como reza el tango- me venía bien para ejercitar mi equivocada hombría de entonces(ya se sabe, muchos confunden el machismo con hombría). El caso es que -pese a mi juventud- yo me había dado cuenta que había empezado a crecer en mí un morboso deseo: quería voltearla con el confesado propósito de ver si era capaz de arrancarle a la tímida una palabra, ¡una maldita palabra de amor en el momento del orgasmo! Me decía: será tímida o vergonzosa, pero no hay mujer que en el momento de acabar, pueda resistirse al grito generado por la calentura. Tal vez demasiada madurez de pensamiento para mi edad. Pero siempre dije que los pensamientos no suelen estar en consonancia con los tiempos cronológicos. Conceptos y sentimientos son hijos de la experiencia de cada uno. Los años cuentan poco en esto.
Claro que aquella época no era como ahora, que te encaran ellas sin ningún tipo de hipocresía. Antes había que jugarla un poco de novio, y más de una vez uno quedaba pagando.
Fue cuando me dije que era el momento de comenzar la tarea de “ablande” psicológico.
“Mañana venite un poquito más tarde, ¿sí...? Y cuándo salgas, espérame por Las Bases, a dos cuadras de Rivadavia. Yo voy enseguida".
Me miró-tuve la impresión que su mirada era una brasa encendida penetrando mi carne-, volteó la cara como siempre, ensayó el mohín de la vergüenza y luego bajó la cabeza en señal de aprobación. Había estado a punto de decirle que se viniera con pollera pero me contuve al pensar que podría asustarla.
Tuve suerte: cuando se apareció al día siguiente, llevaba puesta una falda escocesa ligeramente por encima de la rodilla. Sentí un leve escozor en los genitales al imaginar el momento que mi mano derecha comenzara a ascender por sus imaginables muslos. Pero también me invadió un sentimiento de lástima al ver que temblaba de manera casi imperceptible, cada vez que la miraba o le dirigía la palabra. Me di cuenta que estaba regalada.
No la hice esperar más de cinco minutos. A 100 metros de dónde se encontraba, observé que se movía de un lado a otro mientras la bolsa con las botellas se le enredaba en las piernas cada tanto.
El viento parecía correr en zigzag, y yo sentía que el frío penetraba a través de mi ropa.
Al salir para la cita, descubrí una luna nueva que se asomaba por encima de un tejado, acentuando el brillo en la incipiente oscuridad invernal.
“Hola- le dije, besándola en la frente. Había descubierto que el beso en la frente terminaba desarmando cualquier defensa femenina supuestamente inexpugnable-. ¡No sabés cuanto hace que quiero hablar con vos!”
No me contestó. Durante unos momentos se quedó mirándome fijo mientras yo observaba como sus labios temblaban ostensiblemente.
De pronto, sin decir palabra, extrajo de uno de los bolsillos de su campera una pequeña esquela y me la entregó en forma compulsiva, sin dejar de mirarme intensamente, como si quisiera decirme algo con sus ojos. En esos momentos se me cruzó la idea de que ella quería que leyera lo que estaba escrito. Pero la calentura era implacable así que pronto comencé a caminar hacia el imaginado lugar donde pensaba franelearla.
Por eso guardé la esquela en el bolsillo trasero de mi pantalón (me sentía tan en ganador, que podía darme el lujo de dejar para más tarde la lectura de la palabra escrita).
Entonces, ocurrió algo que jamás me volvió a pasar con otra mujer: con sus manos me tomó de los brazos, y, literalmente, me empujó hacia el interior de un cerrado ligustro. Antes que pudiera reponerme de la sorpresa, se colgó de mi cuello y comenzó a besarme en medio de entrecortados gemidos.
Sus labios se habían convertido en una ventosa, una morsa carnal que oprimía mi boca.
Cuando llegué con mi mano derecha hasta su monte de Venus, el temblor se había extendido a sus muslos; todo su cuerpo era un pequeño terremoto mientras el sudor corría por mi frente.
Acostumbrado a que la hembra humana jugase siempre un papel pasivo, me sorprendí cuándo ella se bajó la ropa interior en medio de un jadeo que crecía vertiginosamente.
Pese al frío que calaba los huesos; pese incluso al entorno hostil- estábamos sumergidos entre las ramas retorcidas del ligustro y a calle abierta-, el orgasmo llegó igual. Y para mi sorpresa, fue compartido. Bueno, eso creo.
“¡¿Qué sentís!?. ¡¿Qué sentís?! empecé a gritar como un poseído, buscando que ella liberara su timidez. Pero fue inútil. Sacudida por espasmos musculares, el jadeo se había convertido en un ronquido gutural mezclado con el sonido de la voz humana que pugnaba por salir desde el fondo de su tráquea.
En esos momentos y de manera repentina, la atraje hacia mi pecho. Por primera vez en mi vida, sentí que aquel acto voluptuoso superaba la rutinaria toma de genitales a la que estaba acostumbrado. En medio de una profunda conmoción que no podía explicarme, capté la hondura de la fragilidad humana, como si Dios-ajeno en mis anteriores aventuras amorosas- pusiera una cuña de sublimidad sobre ambos espíritus.
De todos modos, no pude decirle una palabra más. Ella se desprendió de mí, se acomodó presurosa la ropa interior, y después de levantar del suelo la bolsa con las botellas, rápidamente se perdió en la oscuridad.
Si mal no recuerdo, antes de marcharse, creo haber percibido en sus ojos un gesto suplicante (tardé muchos años en descubrir el mensaje oculto que guardaba aquella mirada de angustia). Sólo en el momento de comenzar a aflorar la languidez del orgasmo, comprendí lo que habíamos hecho y sentí temor. Por suerte, por la calle no circulaba ningún transeúnte ocasional.
Lentamente, empecé a caminar hacia el negocio. Casi instintivamente busqué la esquela que ella me había entregado. La leí:
“ Estoy enamorada de vos. ¡No me dejes! Soy muda”
Castelar
(1982)

jueves, 25 de febrero de 2010

Presentación de mi página literaria

Estimados amigos: perdón por la demora(casi dos años) en tratar de comunicarme con ustedes(si es que alguien lee estas líneas, claro), pero debido a contingencias personales y familiares, me ha resultado imposible darle continuidad a mi blog.
Por lo tanto, y atento a que los problemas parecen proseguir y hasta a agravarse, creo que lo mejor es optar por hacerme conocer como escritor, a través de la presentación- más o menos constante- de mis textos(poemas, cuentos, capítulos de novelas,etc).
Comenzaré con un relato breve:- "La guagua". un cuento erótico. Espero comentarios y les invito a visitar mi Web: www.sanesociety.org/es/JoseManuel

La “guagua”

El hombre busca con su mirada el timbre de la casa. Ve la ventana abierta de la prolija prefabricada de madera imaginando que hay alguien en su interior.
A la vera de una empalizada, discurre un caudal de aguas servidas. El hombre mide el curso de agua antes de pegar el salto. Sobre uno de los flancos del lechoso líquido, observa una mancha negra que parece moverse; efectivamente, se mueve: un grupo numeroso de hormigas, llevando retazos de hojas a cuestas, delibera buscando una solución al repentino problema; aquel curso de agua sorpresivo, las aislaba momentáneamente de su hormiguero. O cruzaban o morirían.
Una vez más, el hombre busca el timbre. Deja la chanta(*) con los juegos de sábanas en el piso y luego acomoda la caja con la lencería.
Mira hacia la puerta y se golpea las manos.
Pronto aparece una joven mujer, delgada y algo retraída.
-Sí... - dice la joven mujer, mientras parece medir con la mirada al hombre.
El hombre-frisando los cuarenta, de mediana estatura, cutis blanco, atractivo porte y bien parecido- ensaya la mejor sonrisa, despliega el juego de sábanas más vistoso, y tienta a la joven mujer con un plan de pagos “... a crédito, sin garante, señora”.
Buen comienzo, piensa. Le parece que no será necesario el truco de sacar una bombacha de la caja y exhibirla en la puerta de entrada. No fallaba nunca. Si la mujer se asomaba a la puerta, la bombacha en ristre era el elemento de presión sutil más efectivo; sabía (el hombre, claro) que a partir de ese momento tenía asegurado el ingreso a la casa.


Se sorprende que la joven mujer le invite a penetrar en la vivienda.
Una vez en su interior, el hombre gira la vista a diestro y siniestro. Piso prolijo, madera prolija, cortinados prolijos, cocina pequeña pero prolija; divisor de ambientes de tapicería, limpio y prolijo también.
- La felicito, señora. Veo que tiene todo muy prolijo.
La joven mujer se sonroja.
-Y... cosas de la familia. Mi abuela era prolija; mi madre no le cuento. Yo...
-Vos prolija, también- pontifica el hombre. Siempre pasaba rápido al tuteo. Costumbre del trabajo.
-Claro, claro- acota la joven mujer.
Mientras ella mira las prendas de lencería, el hombre intuye que tiene una venta segura. Momentos en los cuáles-como siempre-, los tejidos nerviosos enroscados en su estómago, comienzan a relajarse. Síndrome típico de la venta.
La cara de la joven mujer parece hablar sin palabras, mientras desliza entre sus manos de estatua de virgen, un baby doll blanco, el largo y transparente camisón negro, y la pequeña bombacha de color rojo con la rosa negra en su centro.
El hombre acomoda sobre la mesa el talonario de solicitudes y los pagarés respectivos. Colocando el papel carbónico entre las hojas, recién repara en el vientre algo hinchado de la joven mujer. Ve que el salto de cama de ella luce con el cinturón suelto, y que el borde derecho de la prenda, deja al desnudo parte de uno de los muslos femeninos.
La joven mujer apenas había merecido un seis en la calificación previa del hombre (costumbre del trabajo); pero, por encima del resto de sus sentidos, en las cuestiones eróticas, era su vista la que oficiaba siempre de sumo sacerdote (para colmo, cómplice de su libido más perversa); pronto, sus ojos, desatan la imaginación. Momentos en que se siente atraído por la juventud de la mujer; y momentos también, en que siente percibir que emana de ella, una peculiar sensibilidad cada vez que ella habla y se mueve.
Observando nuevamente el pequeño vientre de la joven mujer, siente la necesidad de hacerle una pregunta, movido por una particular presunción. Sin embargo, opta por callarse.
Repentinamente, ella pide permiso para llevarse la lencería preseleccionada a la habitación. El hombre asiente.
Cuándo la joven mujer se pierde detrás del cortinado azul rasado, él se acerca a la pequeña ventana que da a la calle. Apoyando su frente contra el vidrio, escudriña tratando de observar a las hormigas. El hombre es buen lector. Recuerda que un grupo de científicos había llegado a la conclusión de que, en caso de una contienda atómica-desaparecida la raza humana-, sería la hormiga una de las especies privilegiadas capaz de reemplazar al hombre en el dominio del planeta (sabe que debido a cuestiones de resistencia, las cucarachas también tienen lo suyo).
El recuerdo lo sobrecoge; ignora por supuesto si esa especulación podría llegar a cumplirse; solo está seguro de una cosa: que dentro de un millón de años, sobre la faz de la tierra, ni siquiera habrá de perdurar la sombra de una pátina humana.
-Señor...
Desplegando una de las hojas de la cortina divisoria, ve que la joven mujer le hace señas para que pase a la habitación. Sorpresa. Ve también que se ha puesto el largo camisón transparente. Su cuerpo parece un esbozo de Modigliani.
Mientras se mueve hacia la habitación, el hombre piensa en la ligereza moral de la condición humana.
Al abrir el cortinado, segunda sorpresa: acostada sobre uno de los flancos de una cama matrimonial, una beba durmiendo; prenda rosa con vivos blancos.
El hombre mira a la mujer y a la niña. Un Dios gramatical se descuelga de su boca. No entiende que pasa. Señala la beba.
-Mi hija, la guagua- dice la joven mujer que se ha desplazado hacia el respaldo de la cama. El oído del hombre percibe la sutil tonada norteña; zamba, chacarera o baguala, pero norteña al fin.
No sale de su asombro. Mujeriego empedernido, pero como esto, ni por asomo. Tiene la sensación de que alguien ha introducido un bisturí abriendo una zanja en medio de sus hemisferios cerebrales. Sabe que no está en presencia de una prostituta; que incluso la joven mujer le acaba de pagar las prendas...
De pronto, alcanza a asir un pensamiento que pasa volando por encima de su cabeza. Puede ser la tabla de salvación, la explicación que necesita:
- ¿Sos mamá soltera...? Digo...
La joven mujer parece ruborizarse.
-No, no; estoy casada.
Habla con la cabeza ladeada. Luego se recuesta sobre el respaldo de la cama, entreabriendo ligeramente las piernas.
El hombre mira las transparencias del camisón y ve que la mujer no tiene puesta la ropa interior. Retrocede un paso pero se da cuenta que es inútil: los pruritos morales sucumben bajo los efectos del deseo carnal. Frönm o la carne; materia y espíritu; una pelea cotidiana. Frente al sexo, siempre el mismo ganador. Pronto, el animal visceral satisface sus instintos.
Cada gemido de ella, le parece el gemido angustiante y colectivo de la raza humana.
Al despedirse-después de besar en la frente a la joven mujer -, comprende que la misericordia ha tendido un manto de piedad sobre ambos.
En el momento de abrir la puerta de entrada, distingue una cinta negra por encima de las aguas servidas: las hormigas. A modo de un pontón viviente, centenares de éstas han elegido misteriosamente el camino de la muerte-una especie de suicidio misterioso- ; sumergiéndose en el agua, permitiendo que otros centenares de congéneres se abracen a sus cuerpos, formando un puente natural por dónde ha comenzado a cruzar el resto de la colonia.
El hombre mira el curso putrefacto y maloliente. Luego voltea la cabeza y mira hacia la casa prolija. La joven mujer lo observa detrás de las cortinas
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(*) Chanta: doble cinturón de cuero con pasamanos, para transportar prendas.

sábado, 11 de octubre de 2008

escritor argentino de España

Hola a todos!
Me presento: soy un escritor "argentino" nacido en España; y el título no es caprichoso. Al haber privilegiado el uso del español que se habla y se escribe en mi patria de adopción, me parece atinado hacer honor a esta impronta.
Espero continuidad en mi blog. No sé si será posible porque me encuentro atravesando una serie de serias dificultades en el orden personal y familiar.
Les invito a visitar mi Web en www.sanesociety.org/es/JoseManuel . Si lo hacen, podrán empezar a conocerme a través de mis escritos.
A tono con el ideario de la página, pondré a vuestra consideración mi novela "EVITA, MADONNA Y LAS TORRES GEMELAS". Lo haré por capítulos. Apreciaría las opiniones pertinentes, aquí o si quieren, en mi correo: lopezgomez7@hotmail.com
Esto es todo por hoy.

Muchas gracias por ingresar.
José Manuel